Nota aclaratoria: esta historia es un relato ficticio basado en hechos reales.
Me hallaba trabajando por aquel entonces en un famoso diario en Budapest cuando recibí el encargo de cubrir la noticia de un suceso alarmante que conmocionaría a todo el país; desde hacía años en la aldea de Nagyrév -una pequeña aldea agrícola situada a 100 kilómetros de distancia de la capital- el nivel de defunciones había crecido de forma alarmante sin que las autoridades pudieran dar una explicación. No, hasta que una mañana el editor del diario local recibió una carta anónima levantando todas las sospechas sobre la causa de aquel elevado número de muertes: el envenenamiento. Las investigaciones policiales y la exhumación de los cadáveres confirmaron las sospechas. La inmensa mayoría habían sido víctimas de envenenamiento con arsénico.
Nada más llegar a la aldea me puse en contacto con el director del diario y las autoridades locales a fin para ponerme al corriente de todo lo ocurrido para tener una visión más exacta de los hechos antes de que tuviera lugar el juicio. La principal sospechosa, Júlia Fazekas, se había suicidado momentos antes de su detención. Con ella comenzó toda esta macabra historia. Esta misteriosa mujer pasó de ser asistenta como comadrona a inductora de asesinato, todo ello sin dejar rastro. Hábilmente obtenía el veneno hirviendo unas tiras de papel atrapamoscas, y una vez obtenido se lo facilitaba a las asesinas. Pero Júlia no estaba sola en esto, sus ayudantes Zsuzanna Oláh, conocida en la aldea como "Tía Susi", y su hermana Lidya fueron partícipes de tan macabro historial de asesinatos. Se sentía respaldada por todas aquellas mujeres de la aldea, cómplices y complacientes con esa forma de "librarse de sus cargas". Y para encubrir todas estas muertes y darles la apariencia de normalidad, estaba el primo de Fazekas que por aquellas fechas ejercía de fedatario firmando las actas de defunción de las víctimas, como muertes naturales.
La primera víctima había tenido lugar en 1914, un tal Peter Hegedus, y desde aquel entonces las muertes se sucederían a diario hasta hoy, quince años después.
Había llegado la hora del juicio y la expectación era enorme. Veintiséis mujeres, entre ellas "Tía Susi" y Lidya Oláh, estaban llamadas a juicio. Fueron llegando, algunas con sus hijos en brazos, ataviadas con su pañuelo en la cabeza y sin atisbo de remordimiento fueron declarando una a una.
La primera en declarar fue María Kardos una mujer de setenta años, al mirarla nadie sospecharía que aquella mujer hubiera asesinado a su amante, a su esposo y su hijo de 23 años. Sujetándose las manos intentaba dar muestras de tranquilidad, mirando a los ojos de los jueces como si todo aquello no fuera con ella. Lo más inquietante fue el oír de sus propios labios que obligó a su hijo a cantar para ella antes de morir. Aquello hizo levantar un murmullo en la sala, y a mi me revolvió el estómago, ¿qué clase de ser humano tenía ante mis ojos? Ya el hecho de envenenar un hijo decía poco bueno de ella como madre, pero aquella crueldad me dejó estupefacto como al mismo tribunal y al resto de los allí presentes.
El tribunal se tomó un respiro después del espeluznante relato, aquel relato había sido demasiado duro de asimilar. No cabía en nuestras mentes que algo así
hubiera pasado. Qué facilidad para matar y cuanta impunidad habían encontrado
estas mujeres.
El editor del diario local me
invitó a tomar algo antes del reinicio del juicio, pero yo apenas tenía hambre.
Me fumé un cigarrillo e intenté tomar un poco de café. Ninguno dábamos crédito
a lo que habíamos oído momentos antes en la sala.
Se reinició el juicio, y empezó
a declarar "Tía Susi" que a pesar de su avanzada edad tenía una
memoria increíble para recordar todo lo acontecido. Con su pañuelo negro en la
cabeza que apenas dejaba ver bien su rostro, se puso de pie. Estaba
visiblemente nerviosa, no hacía más que tirar de su rebeca de lana mientras iba
desgranando toda su historia.
Zsuzanna Oláh,
"Tía Susi", intentó hábilmente justificar sus crímenes amparándose en
los sucesivos maltratos que aquellos maridos habían infligido a sus esposas
durante años. Se amparó en el argumento de que la mayoría de los matrimonios
habían sido forzados por los padres,y que esa situación provocaba infelicidad y frustración en la pareja. Frustración que daba
lugar a que el marido se refugiase en el alcohol y que esa situación degenerase a causa del alcoholismo en violencia física sobre su mujer por considerarla en muchos casos
culpable de su infelicidad, lo que convertía la vida del matrimonio en un verdadero
infierno. Por esa razón, Júlia ideó la manera de solucionar esa situación de
violencia sistemática y liberarse así de aquellos maridos que ellas consideraban
peligrosos. Pero a preguntas del juez sobre las muertes de otras mujeres, de
ancianos, jóvenes y de incluso niños, Zsuzanna se derrumbó y no dio ninguna
respuesta. Su cara empalideció de repente, luego se echó las manos a la cara y
rompió a llorar. Cuando se hubo calmado se sentó y de quedó mirando al vacío.
Después de la declaración de
Zsuzanna y su hermana Lidya se suspendió la vista hasta la tarde. Los
periodistas allí reunidos decidimos ir a comer todos juntos. Aunque aquél día
ninguno demostró tener demasiado apetito. Todos los detalles revelados durante
el juicio acerca de las muertes nos habían dejado muy mal sabor de boca, pero
lo que nos esperaba esa misma tarde no iba a ser mejor.
Se reanudaron las declaraciones
y me resultó especialmente delirante la de María Varga. Aquella mujer poseía
una frialdad extremadamente inquietante. A diferencia de las anteriores, María
no demostraba nerviosismo alguno, y desde un primer momento adoptó una posición
desafiante ante el tribunal. Aquella mujer admitió con una frialdad total el
asesinato de siete miembros de su familia entre ellos el de su marido- que
estaba ciego a causa de la guerra- simplemente porque éste se quejaba de que
traía a casa a todos sus amantes. Sus palabras se me quedaron grabadas por
mucho tiempo "me deshice de él un 24 de diciembre porque era un perfecto
regalo de Navidad". Después de decir aquello sonrió sin pudor y miró a uno
y otro lado buscando la complacencia de las otras procesadas.
Tras varios días de juicio, llegó el momento
de la sentencia. Ocho de las acusadas, entre ellas Tía Susi, fueron condenadas
con la pena de muerte, a otras siete se les impuso cadena perpetua y al resto
de las acusadas algunos años de cárcel.
Era una
mañana lluviosa, aquellas ocho mujeres avanzaban despacio hacia su destino. Las
nubes tan negras como sus almas dibujaban un escenario tan siniestro como el
pasado de estas mujeres. Tía Susi, con la mirada perdida musitaba algo entre
dientes, como si cantase una canción. Sus rostros acongojados por el fin que
las aguardaba se grabaron en mi mente, y durante muchas noches apenas pude
conciliar el sueño.
Siempre me hice las mismas preguntas. En una aldea
tan pequeña con tantas muertes inesperadas ¿cómo era posible que nadie
sospechara nada? ¿Acaso tenían miedo de irse de la lengua por si eran las
siguientes víctimas? Es seguro que muchos no eran ajenos a esta historia. Tan
extenso historial de muerte no dejaba lugar a dudas. Muchos por no decir casi
todos, conocían este oscuro secreto, pero nadie se atrevía a denunciar los
hechos por miedo hasta que alguien, quizás por saberse la próxima víctima o quizás por arrepentimiento, decidió poner fin a esta locura. Esa fue mi conclusión de toda esta historia que a buen seguro
no olvidaré jamás.
No conocía esta historia. Parece ser que el asunto se le fue de las manos y nadie fue capaz de pensar que tantas muertes al final acabarían levantando sospechas.
ResponderEliminarYo la conocí porque mi prima Flori subió la historia en su perfil de Facebook y me propuso hacer un relato sobre esa historia, así que leí un poco sobre el tema y la verdad es que me llamó la atención ese dato, que nadie durante quince años dijera absolutamente nada. Y lo que me llamó más la atención, aparte de toda la historia esta, fue la declaración de María Varga, que es verídica. Me dejó de piedra la frialdad y crueldad de esa mujer.
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