Era
demasiado joven cuando la fama tocó mis alas, y yo me acuné en sus brazos. Me
sentía como una alpinista en la cima del mundo. ¡Era tan excitante! Solo tenía
veinte años y ya era superventas, una promesa decían. Una legión de seguidores,
adolescente y no tan adolescentes me seguían en todas las redes sociales,
bastaba que escribiera una frase, una simple frase por banal que fuese, como un
chasquido de dedos, al cabo de segundos se convertía en viral. No podía
creerlo.
Pronto empezaron a reclamarme en algunos
sitios de culto a la poesía, me sentía tan halagada que no podía negarme. Era
tan gratificante ver como se llenaban hasta arriba tan solo para escucharme,
que quería repetir una y otra vez. Tras el recital, venían las fotos con mis
admiradores y las copas, era maravilloso sentirse tan querida. Pero…todo
siempre tiene un pero, mi juventud y ese deseo de vivir intensamente me iban a
deparar experiencias no tan buenas, aunque en ese momento yo no las detectase.
Empecé a coquetear con las drogas y el
alcohol, al principio solo los fines de semana, pensé que podía controlarlo, pero
no fue así. Me engañaba a mí misma pensando que era para buscar inspiración,
otras veces trataba de autoconvencerme de que era para relajarme pero no eran
más que excusas para seguir adelante en esa carrera vertiginosa a mi
autodestrucción. Acababa de convertirme en mi peor enemiga, y lo peor es que no
era consciente del daño que me estaba autoinfligiendo.
Descubrí que el dinero no da la felicidad,
lo sé porque gané tanto como derroché. Me salieron muchos amigos, parientes y
amores. Aunque nunca sentí el calor de esas amistades, de esos parientes o esos
presuntos amores, era todo tan…falso.
Pero no todo fue malo, por aquel entonces
conocí a Johnny. Al principio no le hacía mucho caso, pero mis desvaríos y mi
inestabilidad emocional hicieron que esta vez acertara y me enamoré de él. Ahora
me arrepiento de no haberlo hecho antes, cuando aún era aquella jovencita ilusionada
por comerme el mundo y mi cuerpo estaba libre de toda atadura. A pesar de todas
mis caídas al abismo, él siempre ha permanecido a mi lado para levantarme y
curar mis heridas, a día de hoy es mi única excusa para mantenerme viva.
Johnny lo intentó, lo intentó todo para que
fuera soltando el lastre de todo aquello que me encadenaba a mi destrucción. Me
aconsejaba que tenía pedir ayuda especializada. Y al principio así lo hice,
pero siempre encontraba quien me pusiera amablemente de nuevo a los pies de mi
infierno particular. Nunca supe decir que no, era más fácil dejarse seducir por
esa falsa felicidad que no dura más que unos segundos, para luego darte de
bruces con la realidad.
Al poco tiempo dejé de escribir, había
perdido la inspiración. Solo tenía en mente una cosa desde que me levantaba:
prender más fuego a mis venas y sumirme en ese estado de letargo que cada vez
duraba menos. Y Johnny cansado de luchar por mí y que yo luchara contra él, me
abandonó para ver si así reaccionaba. Y no reaccioné.
El destino me iba a poner la prueba más
dura que puede sufrir un ser humano. Habíamos bebido más de la cuenta después
de aquel concierto, aquellos extraños que me llamaban amiga decidieron que
debíamos seguir la fiesta en una macrodiscoteca de las afueras de aquella
ciudad cuyo nombre me es difícil de precisar, solo sé que tuvieron que sacarnos
los bomberos de aquel amasijo de hierro en que se convirtió la furgoneta en la
que viajábamos. Todos están muertos, menos yo. A decir verdad, a día de hoy,
soy un vegetal, una muerta en vida.
Cuando abrí los ojos en aquel hospital, lo
primero que vi fueron los ojos de Johnny, estaban llenos de lágrimas luego noté
como sus manos acariciaban mi rostro y me susurraba entre sollozos que todo iba
a salir bien y que nunca más me abandonaría, desde entonces no se separa de mi
lado. Yo no sé qué espera de mí en este estado, pero me hace feliz tenerle de
nuevo conmigo. Nunca podré reparar todo el daño que le hice, y me harían falta
mil vidas para agradecerle y devolverle todo el amor que siempre me ha
procurado. Pero sé que si volviera a vivir jamás volvería a cometer los mismos
errores, y no le fallaría como le fallé entonces.
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Dura realidad a la que llegó. Mucho peor que la anterior. Debería haber una asignatura de valores en los institutos, porque nunca hay suficiente inteligencia emocional cuando eres joven. En algunos o muchos casos, no la hay ni de mayor...
ResponderEliminarMuy buena narración, Isa :-*
Durrell
La educación en valores debería hacerse conjuntamente en la escuela y en la familia, empezando desde la más tierna infancia. Una educación en valores objetiva y desprovista de ideologías con la finalidad de formar personas integras y con criterio propio. Es mi opinión, aunque lo veo difícil, siempre habrá quien trate de influir en su propio beneficio.
EliminarUn problema que padecen demasiados jóvenes a nuestro alrededor. Por culpa de su mal calculado juicio entran en un mundo oscuro y siniestro del que es muy, pero que muy difícil salir. Espeluznante relato que refleja la crudísima realidad que padecen muchas personas y muchas familias para su desgracia.
ResponderEliminarDios mediante escribiré una entrada en mi blog sobre una experiencia que tuve con un querido amigo de juventud y al que perdí por culpa de la maldita droga.
A pesar de toda la información para prevenir estos problemas, hay muchos jóvenes que caen en sus redes. Quizás es debido a la banalización que se hace en muchos casos sobre determinados tipos de droga, y el yo puedo controlar esta situación, cuando es la droga la que termina controlando a quien la toma.
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