Publicado por Domingo Descanso para Crónicas de Villatortas del Sordete.es
Hoy os traigo un pintoresco ejemplo de lo que puede ser un día cualquiera en la playa según el lugar de vacaciones.
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Cada verano, como viene siendo habitual, las redes sociales
se llenan de la clásica foto "pinreles con mar de fondo".
¿Con que finalidad? Está claro, con la de anunciar al resto
de parientes, vecinos y demás especímenes mirones que se pasean por sus muros,
que han iniciado sus ansiadas vacaciones. Y a ti que ves esas fotos se te cae
la baba de envidia. Pero no nos engañemos, tras esas fotos la historia puede
ser muy distinta según el lugar escogido para tus vacaciones.
Hoy os traigo un pintoresco ejemplo de lo que puede ser un día cualquiera en la playa según el lugar de vacaciones.
Vacaciones en localidad costera masificada del tipo estás más agobiado que un murciano en una piscina de Pekín.
Después de haber
abandonado la colmena vas y te metes en un enjambre por aquello de no perder la
costumbre. Y como comprenderás, un día en la playa en un lugar así es como iniciar
la conquista diaria en un campo de batalla.
Primera misión:
Plantar la sombrilla. No es nada fácil, te lo aseguro. Vas con tu sombrilla
buscando el lugar idóneo y, cuando encuentras un hueco, plantas tu sombrilla
radiante y feliz como si hubieras puesto una pica en Flandes. Ya te digo.
Cuando has superado esa fase te das cuenta de que el campo
de batalla está sembrado de "champiñones" de todos los colores y que
tendrás que atravesar un kilómetro sorteando toda esa marea humana que te
separa del agua. Así llegamos a la segunda misión.
Segunda misión:
Llegar al agua. Parece fácil ¿verdad? Pues no lo es. Para recorrer el camino de
tu sombrilla color naranja fosforito (si hombre aquella que te regalaron en el
supermercado de tu pueblo por la compra de un pack de zumos y otro de refrescos
de cola)hasta el agua tienes que sortear al señor calvo y con bigotes que está
feliz de conocerse sacando pecho y tratando de encoger barriga-aunque esa
batalla la tenga más perdida que la batalla del Álamo-, a la suegra del
"bigotes", un par de gemelos que no hacen más que tirarse bolas de
arena, a la madre de los gemelos que va tras ellos y a dos señoras que no hacen
más que darle las quejas. Y todo ello lo vas haciendo dando saltitos como un
sapo borracho para no quemarte los pies.
Cuando estás a punto
de llegar al agua te da un sudor frío pensando si el amable señor al que le has
pedido que le eche un ojo a tus pertenencias le da por hacer algo más que
echarle un ojo, o sea una mano y la otra. Pero al tener a la madre
septuagenaria sentada en su hamaca tomando el fresco no crees que llegue tan
lejos. Así que, una vez tranquilizado, sigues andando hasta llegar por fin a la
orilla; que más que una playa idílica, parece el desembarco de Normandía, pero
como te ha costado lo tuyo llegar hasta allí te entras en el agua y punto. Eso
sí sin moverte mucho, porque a poco que te muevas le entras un dedo en el ojo a
la vieja del bañador negro con turbante azul que compite en achaques con su
amiga, una octogenaria sueca con las brevas al aire. Aunque siempre hay algo
bueno, haces amistad. El que no se consuela es porque no quiere.
Tercera misión:
Regresar a tu sombrilla. De nuevo en el campo de batalla. Vas regateando
primero a un nigeriano que trata de venderte unas gafas de sol "mucho
baratas", luego a un grupo del IMSERSO, tres adolescentes haciéndose
selfies al lado del ligón de playa y a un chino vendiéndote "reflescos a
un eulo" de una marca desconocida. Ya divisas tu champiñón naranja y los
pies se te queman como sardinas en una parrilla, así que saltito a saltito
regateas nuevamente cual jugador de fútbol a los gemelos que nada bueno están
tramando. Sigues avanzando sin percatarte de que los gemelos han enterrado a su
sufrido padre mientras echaba un sueño y, tras regatear de nuevo a uno de los
gemelos que se mueve más que los precios, le pisas los cataplines al sufrido padre
que grita espantado de dolor. Te acaban de sacar falta.
Al oír al sombrero chillar, disimuladamente vas caminando
como si no pasara nada hasta alcanzar tu sombrilla y le das las gracias al
vecino al que le habías pedido el favor de echarle un ojo, y no la mano, a tus
pertenencias.
Miras a tu alrededor
por si alguien se ha dado cuenta de tu incidente con el sombrero chillón y los
gemelos diabólicos. Compruebas que el sufrido padre aún se queja de dolor y los
gemelos están sentados bajo su sombrilla castigados sin moverse el resto del
día y entonces es cuando respiras hondo por fin disfrutando del entorno. Eso
hasta la siguiente misión.
Cuarta y última misión: regreso a casa. Recoges todas tus
pertenencias y vuelves al coche que lo tenías aparcado a pleno sol a unos
tropecientos metros de la playa. Te sientas y parece como si de repente
estuvieras en el infierno y los gemelos te estuviesen pinchando el trasero. El
asiento del coche no puede quemar más. Y el volante está tan caliente que
cuando pones tus manos pegas un grito que atraviesa la barrera del sonido.
Soplas tus manos y pones el aire a toda pastilla empeorando las cosas porque el
aire caliente del interior te achicharra las pestañas. Después que ya te has
recuperado del shock metes la primera y te pones en marcha hacia casa, pero no
pasas de la segunda marcha porque a esa hora todos se han puesto de acuerdo
para ir de regreso a casa y, más que una caravana, parece una procesión. La
saeta la pones tú.
Tras dos horas y
cuarto llegas a tu apartamento que está, según el anuncio por el que
alquilaste, a cinco minutos de la playa y te duchas alegremente. Recoges tres
kilos de arena incrustados en cuerpo, playeras, bañador y toalla. Cenas y te
acuestas porque no puedes ya con tu cuerpo. Mañana será otro día.
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No quiero playa en esas condiciones. Dios, si leyendo la entrada e imaginándote la escena ya te produce estrés. Yo soy de vacaciones tranquilas, en la playa sí, pero en otras condiciones mucho más favorables. ¿Que esas condiciones no existen? Por supuesto que existen, es cuestión de buscar el lugar y el periodo vacacional apropiado. No me gustan las aglomeraciones. Tranquilidad, y relax que hay que cargar las pilas para la vuelta al curro. Muy bien descrito ese día de playa Isabel, lo has bordado. Saludos.
ResponderEliminarA mi también me gusta ir a la playa para pasar un día tranquilo no a que me agobien. Cuando he ido me he encontrado de todo. Días en los que me lo he pasado genial, sin agobios y disfrutando con la familia de un día maravilloso de playa. Otros, según la playa escogida, deseando volver a mi casa, porque solo le han faltado que me clavaran la sombrilla encima, porque hay gente le gusta estar apretado aunque tenga dos metros de playa vacío. Y no es coña, es real. Es como cuando vas de pesca y coges un pez, por pequeño que sea al rato tienes todos pegados al lado para ver si ellos pescan algo.
EliminarDe este tema también hablaré en alguna entrada, que también tengo experiencia en este campo, porque he ido muchas veces de pesca y tengo para contar un montón de anécdotas.
Hay playas que son más tranquilas y otras que son para salir corriendo y no volver más. Y aún en las más tranquilas siempre te encuentras a algún tonto o tonta de turno que está por amargarte el día. Pero buen, yo me quedo con los días en los que disfrutas tranquilamente y te sirve para desconectar un poco de todos los problemas diarios, que es lo que todos buscamos: aparte de la diversión, por supuesto.