Nos conocíamos desde niñas. Aún recuerdo aquel
estúpido juego de las casitas en el que siempre me tocaba hacer de padre.
Odiaba que siempre me tocase ese papel, me hacía sentir un mar de sentimientos
contradictorios, algo que en ese momento no entendía.
Ella, siempre se reservaba el papel madre y me
pedía que la besara. ¡No así no! Protestaba enfadada. ¡Cómo lo hacen los
mayores! Al principio me resistía, luego descubrí que me gustaba, pero también
me hacía sufrir.
Fuimos creciendo, ella se
convirtió en la más popular del colegio. Todos querían estar con ella. Se
sabía querida por todos y jugaba con todos…conmigo también. Al comenzar el
instituto se marchó, sus padres se mudaron a otra ciudad y dejamos de vernos.
De vez en cuando recibía una carta suya hablándome de cómo nos echaba de menos
a toda la pandilla, sobre todo a mí.
Me volví a encontrar con Alice
en la Universidad; yo estudiaba Periodismo; Alice, Imagen y Sonido. Fue una
alegría inmensa, nuestros padres también se alegraron de que estuviéramos
juntas en aquel piso de estudiantes que compartíamos con Elisa, una estudiante
de medicina, a la que apenas veíamos el pelo.
Alice seguía siendo el centro
de atención de todos. Era increíblemente hermosa. A mí me empezó a asaltar el
mismo sentimiento hacia ella, pero ¿cómo ocultarlo? Los dos primeros meses
fueron un sin vivir. Hasta que una noche Alice se metió en mi cama y me confesó
que estaba enamorada de mí. Pensé que era otro de sus juegos, pero antes de que
pudiera decir nada me dejó sin habla y sin ropa bajo las sábanas.
Elisa nunca se enteró de nada,
pero todas las noches de aquellos años que pasamos en aquel piso amanecíamos en
la misma cama. Aunque los dos últimos años no fueran tan felices. Ella empezó a
salir con un chico, un estudiante de último curso de Informática y empezó a
darme un poco de lado. Pero al llegar la noche ella volvía a ser solo mía y de
nadie más. Empecé a darme cuenta de que no la quería compartir con nadie más y
eso supuso algún que otro enfado. Y terminé cediendo, hasta el punto de que al
terminar la carrera, la perdí del todo. Ella empezó a tener éxito como presentadora
de televisión y casi perdí el contacto con ella.
Me invitó a su boda, por aquel
entonces yo había empezado a trabajar en el periódico y puse la primera excusa que se me pasó por la
cabeza para no asistir. No quería pasar por el calvario de ver a la persona que
amo prometiéndose fidelidad y todas esas cosas con otra persona.
Lo más irónico fue que se presentó después de su luna de miel allí en la redacción del diario reprochándome
mi ausencia en su boda. Después de descargar todos sus reproches me pidió que
nos viéramos los sábados en un café, necesitaba estar conmigo, eso me confesó. Y
quedamos, y seguimos quedando todos los sábados de los meses siguientes; pero
para amarnos en secreto como siempre habíamos hecho. Eran migajas, lo sé, pero
me conformaba con tenerla entre mis brazos ese tiempo. Solo deseaba estar lejos
muy lejos, pero junto a ella y ser libres, poder amarnos sin miedo a nada ni a
nadie. Ser felices nada más.
Hace un mes llegó muy enfadada a casa, nunca
supe por qué, solo me dijo que teníamos
que dejar de vernos. Le pregunté la razón, ella me dijo que no me amaba, que
estaba embarazada y no quería saber más de lo nuestro. Que la olvidase para siempre.
Que lo nuestro había sido el mayor error de su vida. No la creí, no lo hice
porque sus ojos me decían que mentía, y
porque la vi en la calle correr y meterse en su coche. Tardó en arrancar,
estaba dentro llorando, lo sé.
Y sí, confieso que escribí todas esas cartas,
estaba confusa y llena de dolor, pero eso no me convierte en su asesina. Yo la
amaba con todo mi corazón, señor comisario, y nunca, nunca hubiera sido capaz
de apretar el gatillo. ¿Lo entiende? ¡Soy inocente!
-Lo siento, Mrs. Smith, pero
las cartas encontradas en su casa de momento la inculpan a usted sin género de
dudas.
-Pero, ya le he contado todo…
¿Y el arma? yo no tengo armas de fuego, ni siquiera sé disparar. Le juro que me hubiera quitado la vida antes que disparar sobre la persona que amo.
-Eso dicen todos los
sospechosos cuando declaran, pero de momento y hasta que aparezca el arma homicida
queda usted detenida por la muerte de Alice Johnson.
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