Fiesta de Halloween. Ruta 666

Etiqueta con la dirección Ruta 666 Averno y la sombra de un diablillo con su tridente en miniatura

Eran las seis de la madrugada, estaban cansados y habían bebido unas copas de más. Decidieron que ya era hora de ir a casa. Al salir sintieron el aire frío de la madrugada. En los aparcamientos había una joven enfundada en unos pantalones y cazadora de cuero negro que repartía unas tarjetas, debía ser la relaciones públicas de algún local. Jim, que era el más extrovertido, se acercó a ella. Ella al verlo le guiñó el ojo y se acercó aún más, se bajó un poco la cremallera de la cazadora dejando entrever el canal de sus senos, luego le alargó una tarjeta.
—Hola cariño, ¿aún no sabes dónde ir en Halloween?-le preguntó ella.
Jim se acercó aún más, podía sentir su aliento. Rodeó su cintura con sus brazos y la atrajo más hacia su cuerpo. Ella no opuso resistencia. Luego la besó. Los amigos no podían creer lo que estaba pasando. El bueno de Jim ligando con una morena imponente delante de sus narices y ellos pasando frío.
– ¿Podrías recomendarme algún sitio?–respondió él.
Ella le indicó que mirase la tarjeta que tenía en su mano.
Ruta 666: Averno.
– ¿Estarás tú preciosa?
–Te estaré esperando– Miró al resto de acompañantes y añadió–También irán unas amigas mías.
–En ese caso no faltaremos.
Se despidió con otro beso, un beso largo y húmedo. Se hubiera ido con ella esa noche, pero tenía que entrar a trabajar a las ocho de la mañana. No sabía si a esas horas iba a estar en condiciones de prestar sus servicios como enfermero en el hospital comarcal. Bah, a esas horas en una mañana de domingo no suele haber muchos problemas-pensó-nada que no pudiera despejar un buen café cargado y un alka-seltzer.
Había olvidado la cita de aquella noche, hasta que el azar le refrescó la memoria. Tenía que hacer la colada, revolvió los bolsillos de su pantalón y allí encontró una tarjeta, volvió a sentir el vértigo que le produjo aquel beso. Miró la tarjeta y decidió llamar al resto de la pandilla.
– ¿Tenemos que ir disfrazados?–le preguntó Robert.
– ¿Cuándo has visto tú una fiesta de Halloween sin disfraces?–replicó Jim al otro lado del teléfono.
Robert no supo qué decir, odiaba disfrazarse de nada, pero tampoco quería pasar ese fin de semana solo en su casa y atendiendo a todos los mocosos que acudiesen esa noche a su casa a pedir caramelos.
Quedaron para la fiesta. Robert iba disfrazado de fraile con un enorme crucifijo colgado al cuello, Frank de momia, Evelyn de vampiresa y Jim de Elvis Presley.
–Oye tío, ¿no dijimos que íbamos a disfrazarnos todos de algo terrorífico?–se quejó Frank. Robert tiene pase, pero tú. Ah, ya entiendo, tú lo que quieres es ligar con la buenorra de la otra noche.
Jim alzó el cuello de la cazadora y con una sonrisa pícara le hizo un gesto con la mano como si estuviera disparándole.
– ¡Exacto, tú mismo lo has dicho!–respondió. Y pienso pasar una noche terroríficamente desenfrenada con ella. ¿Lo pillas?
Subieron a la furgoneta de Frank. Hacía frío y la dirección del local o lo que fuese donde hacían la fiesta quedaba a veinte kilómetros de la ciudad. La calefacción de la furgoneta estaba estropeada y les quedaba poca gasolina. A pocos metros encontraron una gasolinera, aprovecharon para parar y comprar algunas bebidas. Robert que solo llevaba puesto el hábito de monje tenía mucho frío y empezó a beber.
Durante el trayecto Robert no paró de beber para poder entrar en calor, pero lo único que consiguió fue quedar totalmente inconsciente a causa del alcohol. 
 Al llegar vieron dos coches y un grupo de chicos que miraban extrañados la casucha destartalada.
– ¿Seguro que es aquí?-Se oía preguntar.
Al instante, la puerta se abrió, apareció la morena de la discoteca vestida con transparencias de color negro dejando a la vista todas sus armas.
–Sí, es aquí–indicó ella.  Hizo un gesto y les invitó a entrar.
Entraron todos, menos Robert que quedó tumbado en el suelo de la furgoneta. Para que no pasara frío Evelyn le tapó con una manta vieja de color oscuro que Frank tenía colocada sobre una caja de herramientas. Pero antes de traspasar la puerta de entrada, Evelyn se sintió indispuesta y decidió volver a la furgoneta, le pidió las llaves a Frank y se marchó ante la mirada atenta de la morena que no pudo ocultar un gesto de contrariedad. Frank se limitó a encogerse de hombros.
   El interior de la casa era sobrecogedor. De las paredes colgaban unas enormes telarañas. Todo parecía antiguo, lleno de polvo, como si no hubiera estado allí nadie en años. La morena les propuso un juego, debían encontrar un cofre con un tesoro que ellas mismas habían escondido en una de las estancias de la casa.
    Se dividieron por grupos, la morena se aseguró de que Jim se quedara con ella, el resto se repartió formando grupos de dos con cada una de las amigas de aquella enigmática joven. Todas iban vestidas de vampiresas, eran cinco, y las cinco eran muy jóvenes. Por la edad, podían ser estudiantes universitarias.
    La morena se llevó a Jim a una habitación en el primer piso de la casa y cerró por dentro. Empezó a desnudarse, Jim también. La besó mientras ella le desabrochaba el botón del pantalón y bajaba su cremallera. Estaba encima de ella besando su cuello cuando sintió un dolor agudo en su espalda. No podía respirar, intentó moverse pero su cuerpo empezó a sentir convulsiones hasta que dejó de moverse…y de respirar. En el pasillo Frank observó una fotografía que le hizo retroceder. Era la de aquella joven junto a las otras chicas. Parecían hechas en otra época. Sintió que un escalofrío recorría todo su cuerpo, al darse la vuelta vio que algo se precipitaba sobre él, salió corriendo escaleras abajo, rodó hasta la puerta, sangraba por la nariz. Intentó abrir la puerta pero estaba cerrada. Gritó para que le oyeran los de afuera, pero no pudo hacer nada más. Se quedó en el suelo, inmóvil y con las vendas de su disfraz lleno de sangre.
    Edward y los otros chicos estaban en una habitación brindando con las chicas. Les parecía muy divertido el juego, hasta que notaron un dolor agudo que subía hasta su garganta. Les habían envenenado, aquellas chicas les habían envenenado. Pero, ¿por qué? preguntó Edward mientras caía al suelo retorciéndose de dolor. No obtuvo ninguna respuesta.
  Al amanecer, Evelyn y Robert se despertaron en la furgoneta. Miraron en dirección a la casa, allí no estaba el coche de los chicos de la noche anterior, ni rastro de vida humana.
– ¡Malditos hijos de puta, nos han dejado aquí en mitad del campo!–maldijo Evelyn.
Pusieron en marcha la furgoneta y se marcharon. Sobre la hierba un bulto extraño quedaba atrás sobre la hierba, parecía un toldo. Unas vendas blancas ensangrentadas asomaban bajo el toldo viejo y raído. Se removía a duras penas y en un esfuerzo por sobrevivir exhaló un grito ahogado de desesperación.
– ¡Salvadme!- susurró con las pocas fuerzas que le quedaban. Era Frank, pero Robert y Evelyn no pudieron oírle, ya estaban lejos, muy lejos.


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